El virus, el virus, el virus...
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La transformación de las sociedades en la estela del Covid-19 anuncia la militarización de Europa, por Thierry Meyssan
Thierry Meyssan,Red Voltaire
Thierry Meyssan: Mi análisis es exclusivamente político. No me pronuncio sobre las cuestiones médicas sino únicamente sobre las decisiones políticas.
Una epidemia es generalmente un fenómeno de la naturaleza pero también puede ser un acto de guerra. El gobierno chino pidió públicamente a Estados Unidos que aclare por completo lo ocurrido con el laboratorio militar estadounidense de Fort Detrick, mientras que el gobierno de Estados Unidos ha pedido también transparencia sobre el laboratorio de Wuhan. Por supuesto, ninguno de los dos países ha aceptado abrir sus laboratorios. No es una cuestión de mala voluntad sino una necesidad política. Es probable que el asunto no pase de ahí.
En todo caso, no tiene importancia ya que, a medida que pasa el tiempo, esas dos hipótesis parecen erróneas: ninguna de las dos potencias controla el virus. Desde un punto de vista militar, no es un arma sino una plaga.
¿No excluye usted que se trate de un virus escapado de uno de esos laboratorios?
Eso sigue siendo una hipótesis pero no conduce a ninguna parte. Si se trata de un accidente entonces hay individuos que son responsables y Estados que son víctimas pero no culpables.
¿Cómo evalúa usted las reacciones políticas frente a la epidemia?
El papel de los dirigentes políticos es proteger a su ciudadanía. Para eso, deben preparar sus países, en tiempos de normalidad, para que sean capaces de actuar frente a las crisis que puedan producirse. Pero Occidente ha evolucionado de una manera en la que esa misión se ha perdido de vista. Ahora los electores exigen que el Estado cueste lo menos caro posible y que el personal político lo administre como una gran empresa. Por consiguiente ya no hay dirigentes políticos occidentales que vean más allá de sus narices. A los hombres como Vladimir Putin o Xi Jinping se les califica de «dictadores» sólo porque tienen una visión estratégica de la función que ocupan, con lo cual representan una escuela de pensamiento que los occidentales creen obsoleta.
Ante una crisis, los dirigentes políticos tienen que actuar. En el caso de los dirigentes occidentales resulta que ahora se ven ante un acontecimiento inesperado. Nunca se prepararon para esto. Fueron electos en base a su habilidad para prometer cosas, no por su presencia de ánimo, ni por su capacidad de análisis de la situación o por su autoridad. Muchos de ellos son humanamente individuos que representan a sus electores sin reunir ninguna de esas cualidades, así que toman las medidas más radicales sólo para que no se les acuse de no haber hecho lo suficiente.
Esos dirigentes encontraron un experto, el profesor Neil Ferguson, del Imperial College of London, que los convenció de que iba a producirse una gran hecatombe, de que habría medio millón de decesos en Francia, todavía más en el Reino Unido y más del doble en Estados Unidos. Pero ese “experto” en estadística acostumbra a profetizar calamidades sin ningún temor a caer en la exageración. Por ejemplo, antes predijo que la gripe aviaria mataría a 65 000 británicos, y los decesos no pasaron de 457 [1]. Ahora Boris Johnson acaba de sacarlo del SAGE [2], pero el mal ya está hecho.
Aterrorizado, el personal político occidental abrazó los consejos de una autoridad sanitaria internacional. Al considerar la OMS –con toda razón– que esta epidemia no era su prioridad ya que el mundo se ve ante otras enfermedades que están ocasionando muchas más muertes, los políticos occidentales se volvieron hacia la CEPI [3] cuyo director, el doctor Richard Hatchett, ya había recurrido antes a cada uno de ellos para pedirles financiamiento de sus países para el negocio de las vacunas, y se reunieron con él en el Foro Económico de Davos o en la Conferencia de Seguridad de Munich.
Cuando trabajaba en la Casa Blanca, el doctor Hatchett fue uno de los dos autores de la rama sanitaria del proyecto político concebido para el mundo por el entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld [4]. En 2001, Rumsfeld estaba planificando una división geográfica de la economía mundial. Se trataba de desestabilizar los países con recursos naturales para facilitar la explotación de dichos recursos y la fabricación de productos en los Estados estables –entre ellos Rusia y China– mientras que el armamento se produciría únicamente en Estados Unidos. Para lograr eso sería conveniente militarizar la sociedad estadounidense y transferir la mayoría de los trabajadores a las compañías dedicadas a la fabricación de armamento. En 2005, Rumsfeld encargó al doctor Hatchett concebir un plan de confinamiento obligatorio a domicilio de toda la población estadounidense, plan que se activaría durante un acto de bioterrorismo como el ataque con ántrax que se perpetró en 2001 contra el Congreso de Estados Unidos y contra algunos grandes medios de difusión.
Ese es el plan que el doctor Hatchett sacó ahora de su gaveta presentándolo a los dirigentes occidentales que le pedían consejo. Hay que entender que el confinamiento obligatorio generalizado de la población sana es algo que nunca existió antes. Eso no tiene nada que ver con el confinamiento de los enfermos. No es una medida de carácter médico sino una manera de transformar las sociedades. China nunca recurrió a tal método, ni frente a la epidemia de H1N1 [5], tampoco ante la epidemia de SARS [6], ni ante la de Covid-19 [7]. El confinamiento en la ciudad de Wuhan, a principios de 2020, fue una medida política del gobierno central chino para recuperar el control de toda una provincia que el gobierno provincial no había sabido manejar. No fue una medida de carácter médico.
Ningún libro médico planteó nunca tal medida o, menos aún, la había aconsejado hasta ahora.
Es posible, pero en Francia no estamos confinados para combatir la enfermedad sino para distribuir su propagación en el tiempo y evitar así la saturación de los hospitales para evitar que nos veamos obligados a escoger entre los enfermos que podríamos cuidar y los que tendríamos que dejar morir.
No es así. Ese argumento no vino antes sino después de la decisión. Es sólo una excusa de los políticos para justificar su mala gestión. Es cierto que, en Francia, las unidades de cuidados intensivos se vieron rápidamente saturadas en dos regiones, así que hubo que trasladar pacientes que necesitaban cuidados intensivos desde esas regiones hacia otras, e incluso a Alemania. Pero había cantidades de camas disponibles en las clínicas privadas.
El problema es lo que yo señalaba al inicio de esta conversación: nuestros dirigentes no están aptos para enfrentar crisis. Su concepción del Estado les impide actuar. Son incapaces de concebir una coordinación entre el sector público y el sector privado. Aquí no se trata de la oposición tradicional entre el Estado central y las regiones. Por ejemplo, al principio de la epidemia los laboratorios liberales no tenían los medios necesarios para aplicar tests de detección de la enfermedad a gran escala. El gobierno fue incapaz de asumir el control de los laboratorios de los ministerios de Investigación y sobre todo de Agricultura para ponerlos al servicio del enfrentamiento de esta situación de urgencia en materia de salud pública. Eso sucedió a pesar de que los investigadores y los veterinarios estaban proponiendo sus servicios.
De acuerdo en cuanto a los hospitales y los tests, pero usted también se opuso al uso de las mascarillas.
Sí. Desde hace un siglo, el personal sanitario ha dejado constancia de la utilidad de las mascarillas quirúrgicas en los salones de operación y durante los cuidados postoperatorios. Pero esas situaciones no tienen nada que ver con la situación de una persona cualquiera en la calle.
Actualmente numerosos sindicatos y academias orientan el uso obligatorio de mascarillas quirúrgicas para todos en los lugares públicos. Será tranquilizador pero no sirve de nada ante el Covid-19. Por cierto, a falta de mascarillas quirúrgicas se recurre a cualquier pedazo de tela para cubrir la nariz y la boca, aunque carezca de las propiedades de filtraje de las mascarillas quirúrgicas. Contrariamente a la idea generalizada, la contaminación no se produce a través de las emisiones de saliva sino que el virus se disemina en el aire hasta una distancia de 8 metros de una persona que grite o estornude. Pero para contagiarse hay que ser receptivo al virus, y no todos lo son. Y también hay que ser inmunitariamente frágil para llegar a desarrollar la enfermedad, lo cual no es el caso de los niños, por ejemplo.
Hay un niño que murió de Covid-19 en Francia.
Lo que es cierto en términos individuales es absolutamente falso en el plano colectivo. ¡La edad promedio de las personas fallecidas es de 84 años!
Pero, si el confinamiento es absurdo y las mascarillas son inútiles, ¿qué hay que hacer?
Yo no he dicho que el confinamiento era absurdo en sí mismo. Hablé de una medida obligatoria y ciega. En todas las epidemias es conveniente aislar a las personas enfermas, pero sólo a las personas enfermas. Y no reconozco ninguna legitimidad a un poder que impone multas, encarcela e incluso dispara a ciudadanos que se niegan a que los encierren en sus casas por tiempo indefinido.
La salud pública no se garantiza con represión sino con medidas basadas en la confianza. Y no hay que proteger a nadie contra sí mismo. Me parece que es indigno impedir que los viejos puedan ver a sus familiares si desean hacerlo. Es posible que esos familiares se contaminen, es posible que contraigan la enfermedad y que mueran, pero sería por decisión propia. Cuando nacemos, lo único seguro es que vamos a morir. La vida es un largo camino que nos prepara para ese momento y los viejos tienen derecho a preferir morir junto a sus familiares en vez de vivir un poco más.
Las epidemias se combaten siempre de la misma manera: con medidas de higiene –lavarse y ventilar los lugares–, buscando a los enfermos –gracias a los tests– y aislándolos en sus casas o en hospitales para darles tratamiento. Lo demás es puro teatro. Hay que volver a lo básico en vez de inventar prohibiciones.
¿Cómo es posible que nuestros dirigentes nos hayan impuesto un proyecto fascista estadounidense?
Entiendo bien lo que usted quiere decir con el término “fascista” pero no es muy apropiado. El fascismo es una ideología que respondió a la crisis del capitalismo de 1929. Es cierto que Rumsfeld presenta muchas de sus características, pero él piensa en función de otro mundo.
El doctor Hatchett nunca tuvo que responder por su proyecto totalitario en Estados Unidos. Pero tampoco tuvo que hacerlo Donald Rumsfeld. Y, en definitiva nadie ha tenido que responder tampoco por todo lo que ha pasado después del 11 de septiembre de 2001 porque se ha decidido colectivamente no aclarar los atentados del 11 de septiembre. Así que ese crimen inicial ha seguido teniendo consecuencias. La administración Obama siguió aplicando al pie de la letra el proyecto de Rumsfeld en Libia y Siria (la doctrina Cebrowski [8]). Y, dado que la administración Trump se opuso firmemente, estamos viendo como los antiguos colaboradores de Rumsfeld prosiguen su acción a través de otras estructuras federales estadounidenses. Nos guste o no, eso seguirá sucediendo mientras no se aclaren los hechos del 11 de septiembre.
Discúlpeme por volver atrás pero si el confinamiento obligatorio y generalizado fue sólo una medida autoritaria sin objetivo médico, ¿por qué resulta tan difícil proceder al desconfinamiento?
No, no es difícil. Basta con que volvamos a ser libres. El problema es que hoy no se sabe mucho más sobre este virus que hace dos meses y que ahora estamos enredados en un “saber” imaginario.
Las curvas de la epidemia son más o menos las mismas en todos los países afectados, independientemente de las medidas adoptadas. Sólo se destacan dos tipos de países: los que por alguna razón desconocida no se han visto afectados –como por ejemplo los países de la península indochina (Vietnam, Laos, Cambodia y Tailandia)– y los que reaccionaron mucho más rápido aislando inmediatamente a los enfermos y dándoles tratamiento médico, como Taiwán. O sea, sea cual sea la manera de desconfinar siempre habrá un número más o menos alto de personas contaminadas, pero eso no debería modificar significativamente las curvas de mortalidad.
¿Mantendrán los gobiernos el confinamiento obligatorio hasta que se descubra una vacuna?
No sé si algún día aparecerá una vacuna. Hace 35 años que se busca una vacuna contra el SIDA. En todo caso, no es probable que la epidemia de Covid-19 dure mucho más que las epidemias de otros coronavirus –el SRAS y el MERS (Síndrome Respiratorio del Medio Oriente, siglas en inglés).
La vacuna, al igual que los nuevos medicamentos, constituye un interés económico considerable. Hay laboratorios farmacéuticos capaces de cualquier cosa con tal de impedir que los médicos curen a la gente con medicamentos de bajo costo. Recuerden que, cuando dirigía Gilead Sciences, Donald Rumsfeld acabó con la fábrica de Al Shifa, que fabricaba medicamentos contra el SIDA pero no pagaba regalías: Rumsfeld hizo que la administración demócrata de Bill Clinton la bombardeara, afirmando que era de al-Qaeda, lo cual era absolutamente falso. Precisamente, el doctor Hatchett dirige ahora la CEPI, que es la asociación de fabricantes de vacunas más importante del mundo.
¿Qué va a pasar ahora?
Estamos viendo una ruptura considerable en ciertas sociedades occidentales en cuestión de semanas. En Francia se han suspendido libertades fundamentales, como el derecho a reunirse en mítines y de hacer manifestaciones. Trece millones de trabajadores están en desempleo parcial a raíz de la epidemia, se han convertido temporalmente en personas que necesitan asistencia. Las escuelas van a reabrir sus puertas pero enviar los niños a clases no será obligatorio, los padres decidirán si los envían o no y así sucesivamente. Eso no es consecuencia de la epidemia sino, como acabo de explicarlo, es resultado de las reacciones políticas inadecuadas ante la epidemia.
El equipo de Donald Rumsfeld había concebido el confinamiento generalizado obligatorio para transformar la sociedad estadounidense. Ese proyecto no llegó a aplicarse en Estados Unidos. Pero 15 años después se aplica en Europa. Su traslado de un continente a otro ilustra el carácter transnacional del capitalismo financiero, del cual Rumsfeld –quien fue presidente de Gilead Sciences [9]– es producto. No hay razón alguna para que quienes financiaron al equipo de Rumsfeld se abstengan de seguir adelante con su proyecto político, ahora en Europa.
En ese caso, y en los años venideros, una parte muy grande de los trabajadores europeos serán transferidos a la industria del armamento. La OTAN, que el presidente francés Emmanuel Macron creía «en estado de muerte cerebral», y su rama civil, la Unión Europea –entre cuyos miembros hemos visto múltiples disputas estas últimas semanas– serán objeto de una reorganización. La OTAN y la Unión Europea proseguirán la destrucción sistemática de las estructuras de los Estados en los países del Gran Medio Oriente (o Medio Oriente ampliado) –iniciada en 2001– y continuarán con los países de la Cuenca del Caribe.
Pero los hombres de Rumsfeld han cometido un error. Al disimular su proyecto de 2006 han dado la impresión de haber tomado a China como modelo cuando impusieron el confinamiento general obligatorio. Ahora es China, no Estados Unidos, la que se ha convertido de facto en referente intelectual de los europeos. Así que en lo adelante será una obsesión impedir que China siga adelante con la construcción de las “rutas de la seda”. Van a tener que esforzarse mucho para impedirlo.
Las epidemias no provocan revoluciones, estas nacen de las guerras y de los desastres económicos. Hoy en día, por culpa de los gobernantes europeos, las economías de los países miembros de la Unión Europea están en la ruina pero esos países están preparándose para la guerra. Vamos a enfrentar una época de cambio en la que pueden surgir tanto lo mejor como lo peor.
Esa evolución será la respuesta al fin de las clases medias, consecuencia de la globalización financiera, consecuencia que denunciaron los Chalecos Amarillos, como la Segunda Guerra Mundial fue una respuesta al agotamiento de los imperios coloniales y a la crisis del capitalismo registrada en 1929.
Francia ya ha pasado por ese drama. Fue en 1880-1881, cuando el capitalismo industrial de la época ya no lograba explotar a los obreros debido al surgimiento de los sindicatos. Jules Ferry [10] expulsó entonces ciertas congregaciones religiosas y creó la escuela laica obligatoria para arrancar los niños a la influencia de la iglesia católica. Los hizo educar como partidarios del militarismo, al extremo que los maestros de aquella época eran llamados «húsares negros». Jules Ferry convirtió a aquellos niños en soldados de su proyecto colonial. Durante 30 años, Francia colonizó y explotó numerosos pueblos extranjeros. Después entró a rivalizar con la potencia emergente de aquella época, Alemania, y así se vio sumida en la Primera Guerra Mundial.
Veremos aparecer en Europa los mismos debates que Estados Unidos ya vivió 20 años antes. Los europeos deben negarse a dejarse implicar en esos crímenes. Esa será la lucha de los próximos años.
Thierry Meyssan: Mi análisis es exclusivamente político. No me pronuncio sobre las cuestiones médicas sino únicamente sobre las decisiones políticas.
Una epidemia es generalmente un fenómeno de la naturaleza pero también puede ser un acto de guerra. El gobierno chino pidió públicamente a Estados Unidos que aclare por completo lo ocurrido con el laboratorio militar estadounidense de Fort Detrick, mientras que el gobierno de Estados Unidos ha pedido también transparencia sobre el laboratorio de Wuhan. Por supuesto, ninguno de los dos países ha aceptado abrir sus laboratorios. No es una cuestión de mala voluntad sino una necesidad política. Es probable que el asunto no pase de ahí.
En todo caso, no tiene importancia ya que, a medida que pasa el tiempo, esas dos hipótesis parecen erróneas: ninguna de las dos potencias controla el virus. Desde un punto de vista militar, no es un arma sino una plaga.
¿No excluye usted que se trate de un virus escapado de uno de esos laboratorios?
Eso sigue siendo una hipótesis pero no conduce a ninguna parte. Si se trata de un accidente entonces hay individuos que son responsables y Estados que son víctimas pero no culpables.
¿Cómo evalúa usted las reacciones políticas frente a la epidemia?
El papel de los dirigentes políticos es proteger a su ciudadanía. Para eso, deben preparar sus países, en tiempos de normalidad, para que sean capaces de actuar frente a las crisis que puedan producirse. Pero Occidente ha evolucionado de una manera en la que esa misión se ha perdido de vista. Ahora los electores exigen que el Estado cueste lo menos caro posible y que el personal político lo administre como una gran empresa. Por consiguiente ya no hay dirigentes políticos occidentales que vean más allá de sus narices. A los hombres como Vladimir Putin o Xi Jinping se les califica de «dictadores» sólo porque tienen una visión estratégica de la función que ocupan, con lo cual representan una escuela de pensamiento que los occidentales creen obsoleta.
Ante una crisis, los dirigentes políticos tienen que actuar. En el caso de los dirigentes occidentales resulta que ahora se ven ante un acontecimiento inesperado. Nunca se prepararon para esto. Fueron electos en base a su habilidad para prometer cosas, no por su presencia de ánimo, ni por su capacidad de análisis de la situación o por su autoridad. Muchos de ellos son humanamente individuos que representan a sus electores sin reunir ninguna de esas cualidades, así que toman las medidas más radicales sólo para que no se les acuse de no haber hecho lo suficiente.
Esos dirigentes encontraron un experto, el profesor Neil Ferguson, del Imperial College of London, que los convenció de que iba a producirse una gran hecatombe, de que habría medio millón de decesos en Francia, todavía más en el Reino Unido y más del doble en Estados Unidos. Pero ese “experto” en estadística acostumbra a profetizar calamidades sin ningún temor a caer en la exageración. Por ejemplo, antes predijo que la gripe aviaria mataría a 65 000 británicos, y los decesos no pasaron de 457 [1]. Ahora Boris Johnson acaba de sacarlo del SAGE [2], pero el mal ya está hecho.
Aterrorizado, el personal político occidental abrazó los consejos de una autoridad sanitaria internacional. Al considerar la OMS –con toda razón– que esta epidemia no era su prioridad ya que el mundo se ve ante otras enfermedades que están ocasionando muchas más muertes, los políticos occidentales se volvieron hacia la CEPI [3] cuyo director, el doctor Richard Hatchett, ya había recurrido antes a cada uno de ellos para pedirles financiamiento de sus países para el negocio de las vacunas, y se reunieron con él en el Foro Económico de Davos o en la Conferencia de Seguridad de Munich.
Cuando trabajaba en la Casa Blanca, el doctor Hatchett fue uno de los dos autores de la rama sanitaria del proyecto político concebido para el mundo por el entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld [4]. En 2001, Rumsfeld estaba planificando una división geográfica de la economía mundial. Se trataba de desestabilizar los países con recursos naturales para facilitar la explotación de dichos recursos y la fabricación de productos en los Estados estables –entre ellos Rusia y China– mientras que el armamento se produciría únicamente en Estados Unidos. Para lograr eso sería conveniente militarizar la sociedad estadounidense y transferir la mayoría de los trabajadores a las compañías dedicadas a la fabricación de armamento. En 2005, Rumsfeld encargó al doctor Hatchett concebir un plan de confinamiento obligatorio a domicilio de toda la población estadounidense, plan que se activaría durante un acto de bioterrorismo como el ataque con ántrax que se perpetró en 2001 contra el Congreso de Estados Unidos y contra algunos grandes medios de difusión.
Ese es el plan que el doctor Hatchett sacó ahora de su gaveta presentándolo a los dirigentes occidentales que le pedían consejo. Hay que entender que el confinamiento obligatorio generalizado de la población sana es algo que nunca existió antes. Eso no tiene nada que ver con el confinamiento de los enfermos. No es una medida de carácter médico sino una manera de transformar las sociedades. China nunca recurrió a tal método, ni frente a la epidemia de H1N1 [5], tampoco ante la epidemia de SARS [6], ni ante la de Covid-19 [7]. El confinamiento en la ciudad de Wuhan, a principios de 2020, fue una medida política del gobierno central chino para recuperar el control de toda una provincia que el gobierno provincial no había sabido manejar. No fue una medida de carácter médico.
Ningún libro médico planteó nunca tal medida o, menos aún, la había aconsejado hasta ahora.
Es posible, pero en Francia no estamos confinados para combatir la enfermedad sino para distribuir su propagación en el tiempo y evitar así la saturación de los hospitales para evitar que nos veamos obligados a escoger entre los enfermos que podríamos cuidar y los que tendríamos que dejar morir.
No es así. Ese argumento no vino antes sino después de la decisión. Es sólo una excusa de los políticos para justificar su mala gestión. Es cierto que, en Francia, las unidades de cuidados intensivos se vieron rápidamente saturadas en dos regiones, así que hubo que trasladar pacientes que necesitaban cuidados intensivos desde esas regiones hacia otras, e incluso a Alemania. Pero había cantidades de camas disponibles en las clínicas privadas.
El problema es lo que yo señalaba al inicio de esta conversación: nuestros dirigentes no están aptos para enfrentar crisis. Su concepción del Estado les impide actuar. Son incapaces de concebir una coordinación entre el sector público y el sector privado. Aquí no se trata de la oposición tradicional entre el Estado central y las regiones. Por ejemplo, al principio de la epidemia los laboratorios liberales no tenían los medios necesarios para aplicar tests de detección de la enfermedad a gran escala. El gobierno fue incapaz de asumir el control de los laboratorios de los ministerios de Investigación y sobre todo de Agricultura para ponerlos al servicio del enfrentamiento de esta situación de urgencia en materia de salud pública. Eso sucedió a pesar de que los investigadores y los veterinarios estaban proponiendo sus servicios.
De acuerdo en cuanto a los hospitales y los tests, pero usted también se opuso al uso de las mascarillas.
Sí. Desde hace un siglo, el personal sanitario ha dejado constancia de la utilidad de las mascarillas quirúrgicas en los salones de operación y durante los cuidados postoperatorios. Pero esas situaciones no tienen nada que ver con la situación de una persona cualquiera en la calle.
Actualmente numerosos sindicatos y academias orientan el uso obligatorio de mascarillas quirúrgicas para todos en los lugares públicos. Será tranquilizador pero no sirve de nada ante el Covid-19. Por cierto, a falta de mascarillas quirúrgicas se recurre a cualquier pedazo de tela para cubrir la nariz y la boca, aunque carezca de las propiedades de filtraje de las mascarillas quirúrgicas. Contrariamente a la idea generalizada, la contaminación no se produce a través de las emisiones de saliva sino que el virus se disemina en el aire hasta una distancia de 8 metros de una persona que grite o estornude. Pero para contagiarse hay que ser receptivo al virus, y no todos lo son. Y también hay que ser inmunitariamente frágil para llegar a desarrollar la enfermedad, lo cual no es el caso de los niños, por ejemplo.
Hay un niño que murió de Covid-19 en Francia.
Lo que es cierto en términos individuales es absolutamente falso en el plano colectivo. ¡La edad promedio de las personas fallecidas es de 84 años!
Pero, si el confinamiento es absurdo y las mascarillas son inútiles, ¿qué hay que hacer?
Yo no he dicho que el confinamiento era absurdo en sí mismo. Hablé de una medida obligatoria y ciega. En todas las epidemias es conveniente aislar a las personas enfermas, pero sólo a las personas enfermas. Y no reconozco ninguna legitimidad a un poder que impone multas, encarcela e incluso dispara a ciudadanos que se niegan a que los encierren en sus casas por tiempo indefinido.
La salud pública no se garantiza con represión sino con medidas basadas en la confianza. Y no hay que proteger a nadie contra sí mismo. Me parece que es indigno impedir que los viejos puedan ver a sus familiares si desean hacerlo. Es posible que esos familiares se contaminen, es posible que contraigan la enfermedad y que mueran, pero sería por decisión propia. Cuando nacemos, lo único seguro es que vamos a morir. La vida es un largo camino que nos prepara para ese momento y los viejos tienen derecho a preferir morir junto a sus familiares en vez de vivir un poco más.
Las epidemias se combaten siempre de la misma manera: con medidas de higiene –lavarse y ventilar los lugares–, buscando a los enfermos –gracias a los tests– y aislándolos en sus casas o en hospitales para darles tratamiento. Lo demás es puro teatro. Hay que volver a lo básico en vez de inventar prohibiciones.
¿Cómo es posible que nuestros dirigentes nos hayan impuesto un proyecto fascista estadounidense?
Entiendo bien lo que usted quiere decir con el término “fascista” pero no es muy apropiado. El fascismo es una ideología que respondió a la crisis del capitalismo de 1929. Es cierto que Rumsfeld presenta muchas de sus características, pero él piensa en función de otro mundo.
El doctor Hatchett nunca tuvo que responder por su proyecto totalitario en Estados Unidos. Pero tampoco tuvo que hacerlo Donald Rumsfeld. Y, en definitiva nadie ha tenido que responder tampoco por todo lo que ha pasado después del 11 de septiembre de 2001 porque se ha decidido colectivamente no aclarar los atentados del 11 de septiembre. Así que ese crimen inicial ha seguido teniendo consecuencias. La administración Obama siguió aplicando al pie de la letra el proyecto de Rumsfeld en Libia y Siria (la doctrina Cebrowski [8]). Y, dado que la administración Trump se opuso firmemente, estamos viendo como los antiguos colaboradores de Rumsfeld prosiguen su acción a través de otras estructuras federales estadounidenses. Nos guste o no, eso seguirá sucediendo mientras no se aclaren los hechos del 11 de septiembre.
Discúlpeme por volver atrás pero si el confinamiento obligatorio y generalizado fue sólo una medida autoritaria sin objetivo médico, ¿por qué resulta tan difícil proceder al desconfinamiento?
No, no es difícil. Basta con que volvamos a ser libres. El problema es que hoy no se sabe mucho más sobre este virus que hace dos meses y que ahora estamos enredados en un “saber” imaginario.
Las curvas de la epidemia son más o menos las mismas en todos los países afectados, independientemente de las medidas adoptadas. Sólo se destacan dos tipos de países: los que por alguna razón desconocida no se han visto afectados –como por ejemplo los países de la península indochina (Vietnam, Laos, Cambodia y Tailandia)– y los que reaccionaron mucho más rápido aislando inmediatamente a los enfermos y dándoles tratamiento médico, como Taiwán. O sea, sea cual sea la manera de desconfinar siempre habrá un número más o menos alto de personas contaminadas, pero eso no debería modificar significativamente las curvas de mortalidad.
¿Mantendrán los gobiernos el confinamiento obligatorio hasta que se descubra una vacuna?
No sé si algún día aparecerá una vacuna. Hace 35 años que se busca una vacuna contra el SIDA. En todo caso, no es probable que la epidemia de Covid-19 dure mucho más que las epidemias de otros coronavirus –el SRAS y el MERS (Síndrome Respiratorio del Medio Oriente, siglas en inglés).
La vacuna, al igual que los nuevos medicamentos, constituye un interés económico considerable. Hay laboratorios farmacéuticos capaces de cualquier cosa con tal de impedir que los médicos curen a la gente con medicamentos de bajo costo. Recuerden que, cuando dirigía Gilead Sciences, Donald Rumsfeld acabó con la fábrica de Al Shifa, que fabricaba medicamentos contra el SIDA pero no pagaba regalías: Rumsfeld hizo que la administración demócrata de Bill Clinton la bombardeara, afirmando que era de al-Qaeda, lo cual era absolutamente falso. Precisamente, el doctor Hatchett dirige ahora la CEPI, que es la asociación de fabricantes de vacunas más importante del mundo.
¿Qué va a pasar ahora?
Estamos viendo una ruptura considerable en ciertas sociedades occidentales en cuestión de semanas. En Francia se han suspendido libertades fundamentales, como el derecho a reunirse en mítines y de hacer manifestaciones. Trece millones de trabajadores están en desempleo parcial a raíz de la epidemia, se han convertido temporalmente en personas que necesitan asistencia. Las escuelas van a reabrir sus puertas pero enviar los niños a clases no será obligatorio, los padres decidirán si los envían o no y así sucesivamente. Eso no es consecuencia de la epidemia sino, como acabo de explicarlo, es resultado de las reacciones políticas inadecuadas ante la epidemia.
El equipo de Donald Rumsfeld había concebido el confinamiento generalizado obligatorio para transformar la sociedad estadounidense. Ese proyecto no llegó a aplicarse en Estados Unidos. Pero 15 años después se aplica en Europa. Su traslado de un continente a otro ilustra el carácter transnacional del capitalismo financiero, del cual Rumsfeld –quien fue presidente de Gilead Sciences [9]– es producto. No hay razón alguna para que quienes financiaron al equipo de Rumsfeld se abstengan de seguir adelante con su proyecto político, ahora en Europa.
En ese caso, y en los años venideros, una parte muy grande de los trabajadores europeos serán transferidos a la industria del armamento. La OTAN, que el presidente francés Emmanuel Macron creía «en estado de muerte cerebral», y su rama civil, la Unión Europea –entre cuyos miembros hemos visto múltiples disputas estas últimas semanas– serán objeto de una reorganización. La OTAN y la Unión Europea proseguirán la destrucción sistemática de las estructuras de los Estados en los países del Gran Medio Oriente (o Medio Oriente ampliado) –iniciada en 2001– y continuarán con los países de la Cuenca del Caribe.
Pero los hombres de Rumsfeld han cometido un error. Al disimular su proyecto de 2006 han dado la impresión de haber tomado a China como modelo cuando impusieron el confinamiento general obligatorio. Ahora es China, no Estados Unidos, la que se ha convertido de facto en referente intelectual de los europeos. Así que en lo adelante será una obsesión impedir que China siga adelante con la construcción de las “rutas de la seda”. Van a tener que esforzarse mucho para impedirlo.
Las epidemias no provocan revoluciones, estas nacen de las guerras y de los desastres económicos. Hoy en día, por culpa de los gobernantes europeos, las economías de los países miembros de la Unión Europea están en la ruina pero esos países están preparándose para la guerra. Vamos a enfrentar una época de cambio en la que pueden surgir tanto lo mejor como lo peor.
Esa evolución será la respuesta al fin de las clases medias, consecuencia de la globalización financiera, consecuencia que denunciaron los Chalecos Amarillos, como la Segunda Guerra Mundial fue una respuesta al agotamiento de los imperios coloniales y a la crisis del capitalismo registrada en 1929.
Francia ya ha pasado por ese drama. Fue en 1880-1881, cuando el capitalismo industrial de la época ya no lograba explotar a los obreros debido al surgimiento de los sindicatos. Jules Ferry [10] expulsó entonces ciertas congregaciones religiosas y creó la escuela laica obligatoria para arrancar los niños a la influencia de la iglesia católica. Los hizo educar como partidarios del militarismo, al extremo que los maestros de aquella época eran llamados «húsares negros». Jules Ferry convirtió a aquellos niños en soldados de su proyecto colonial. Durante 30 años, Francia colonizó y explotó numerosos pueblos extranjeros. Después entró a rivalizar con la potencia emergente de aquella época, Alemania, y así se vio sumida en la Primera Guerra Mundial.
Veremos aparecer en Europa los mismos debates que Estados Unidos ya vivió 20 años antes. Los europeos deben negarse a dejarse implicar en esos crímenes. Esa será la lucha de los próximos años.
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