Cómo Europa abdica de su historia
Cómo Europa abdica de su historia
  El Parlamento ucraniano, actualizando viejas prácticas de mal agüero, ha ilegalizado de facto el Partido Comunista de Ucrania. Al mismo tiempo, se han blindado grupos ultranacionalistas.
Entre los autores de la ley figuran descendientes de criminales de guerra nazis involucrados en el asesinato de decenas de miles de rusos, judíos y polacos.
Estas medidas implican un falseamiento de la historia contemporánea, que devuelve a Europa a los tiempos del coqueteo con los fascismos.
       
Entre los autores de la ley figuran descendientes de criminales de guerra nazis involucrados en el asesinato de decenas de miles de rusos, judíos y polacos.
Estas medidas implican un falseamiento de la historia contemporánea, que devuelve a Europa a los tiempos del coqueteo con los fascismos.
              La Rada Suprema de 
Ucrania aprobó el pasado 9 de abril una ley que prohíbe los símbolos 
comunistas y nazis en el país, equiparando así a ambos. La 
iniciativa legislativa fue aprobada por 254 votos a favor y establece 
que el incumplimiento de la ley conlleva el cierre de partidos políticos
 y medios de comunicación.  El Partido Comunista de Ucrania queda  de facto ilegalizado,
 y dentro de un mes, cuando se celebre la conmemoración del 70 
aniversario del Día de la Victoria sobre el fascismo, todo aquel que 
decida salir a la calle con una bandera roja en Ucrania será acusado de 
“separatismo”. Todas las estatuas soviéticas serán asimismo 
desmanteladas. A mayor abundamiento, ese mismo día  
se aprobó otra ley que reconoce a la Organización de Nacionalistas 
Ucranianos (OUN) y su brazo militar, el Ejército Insurgente Ucraniano 
(UPA), como “luchadores por la independencia de Ucrania” y otorga a sus miembros determinadas garantías sociales.
             "Este proyecto de ley eliminará la amenaza a la soberanía, 
integridad territorial y seguridad nacional de Ucrania, fomentará el 
espíritu y la moral de la nación ucraniana", declararon los autores de 
la propuesta, entre los cuales se encuentra Yuri Shujévich, diputado por
 el Partido Radical de Oleh Lyashko y uno de los fundadores de la 
Asamblea Nacional Ucraniana–Autodefensa de Ucrania (UNA-UNSO), una 
formación de extrema derecha que el 22 de mayo de 2014 se fusionó con 
Pravy Sektor. Shujévich es hijo de Roman Shujévich, uno de los 
dirigentes militares del UPA. Roman Shujévich estuvo al mando de la 
Legión ucraniana financiada por el  Abwehr, el servicio de inteligencia militar alemán, y fue capitán del batallón  Schutzmannschaft 201, igualmente bajo mando nazi. Como tal, 
 fue responsable de numerosos crímenes de guerra y contra la humanidad 
en Bielorrusia y el asesinato de decenas de miles de rusos, judíos y 
polacos en Volhynia y Galicia oriental.
             Todo esto, por desgracia, sorprende más bien
 poco. El 22 de enero de 2010, el entonces presidente de Ucrania, Víktor
 Yúshenko, ganador de las elecciones tras la Revolución Naranja, entregó
 a título póstumo a Stepan Bandera, el fundador de la OUN y el UPA, el 
título de Héroe de Ucrania. Aunque el gesto fue condenado por el 
Parlamento europeo, lo cierto es que la Unión Europea ha hecho la vista 
gorda en su propio territorio, y en varias ocasiones. Así,  Bruselas ha tolerado durante años el desfile anual de veteranos de las Waffen-SS en Letonia,
 país que sigue sin conceder la nacionalidad a 262.622 ciudadanos de su 
país, casi dos tercios de los cuales son rusos étnicos que se niegan a 
reconocer que el país fue ocupado por la Unión Soviética, condición 
necesaria para acceder al pasaporte letón. Como toleró antes, a pesar de
 las fuertes protestas de la población rusófona, la decisión del 
gobierno estonio de retirar en 2007 en Tallin la estatua al soldado 
soviético.
             Incluso el gobierno alemán 
trata desde hace años de reducir el papel de la URSS en su historia, no 
solamente minimizando, en plena lógica de Guerra fría, el papel de la 
URSS en la victoria sobre el fascismo en favor del de EEUU, sino en el 
proceso de reunificación, en la que la política exterior de Mijaíl 
Gorbachov jugó un papel clave, facilitándola. En la última Conferencia 
de Seguridad de Múnich, Angela Merkel expresó el agradecimiento alemán 
al “valor de los pueblos de Europa central y oriental” en su lucha 
contra el comunismo y que hizo posible la reunificación de Alemania, y 
en los actos del 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín el año 
pasado la televisión alemana destacó, por encima de Gorbachov –relegado a
 un segundo plano– la influencia en la disidencia germano-oriental del 
sindicato polaco  Solidarność.
 
            En un reciente artículo, Taric Cyril Amar y Per Anders 
Rudling, profesores de historia de la Universidad de Columbia (Estados 
Unidos) y Lund (Suecia) respectivamente, han alertado de la 
 peligrosa manipulación histórica que suponen este tipo de medidas en 
Ucrania, recordando que, de hecho, hubo más ucranianos combatiendo con 
el Ejército Rojo que contra él. “En algunos casos –escriben– 
han circulado falsificaciones deliberadas de la OUN como pruebas 
auténticas para rechazar su carácter antisemita. Una de ellas consiste 
en una ficticia autobiografía de una mujer judía, Stella Krentsbakh o 
Kreutzbach, titulada 'Estoy viva gracias al Ejército Insurgente 
Ucraniano', presentada como 'prueba' para 'refutar' a cualquier 
testimonio genuino del antisemitismo de los nacionalistas”. 
Recientemente, los servicios secretos ucranianos (SBU) presentaron lo 
que los autores del artículo califican de “absurda lista” con 19 
personas responsables de la hambruna de 1932-33 en Ucrania, dos quintas 
partes de los cuales se presentaron, siguiendo el estilo habitual de la 
propaganda antisemita, con el nombre “real” (es decir, hebreo) entre 
paréntesis.
             Cyril Amar y Anders Rudling 
destacan el caso de Serhiy Kvit, actual ministro ucraniano de Educación y
 Ciencia. Kvit, que se presentó en las pasadas elecciones como 
independiente en el Bloque de Petró Poroshenko –el partido del 
presidente ucraniano–, fue antes rector de la Universidad Nacional de 
Kyiv-Mohyla (NaUKMA), uno de los cuarteles generales de la Revolución 
Naranja. También ha sido miembro de la organización paramilitar “Tryzub”
 (Tridente), de cuyo dirigente, el hoy líder de Pravy Sektor Dmytro 
Yarosh, es amigo.
             Kvit, según explican 
ambos historiadores, “es el autor de una biografía laudatoria sobre 
Dmytro Dontsov, uno de los teóricos clave del nacionalismo etnicista 
ucraniano. [Kvit] niega y racionaliza el antisemitismo de Dontsov, y 
margina su entusiasmo por la Alemania nazi y la Italia fascista”. 
(Dontsov, por cierto, se trasladó en 1941, cuando la Alemania nazi 
inició su invasión de la URSS, a Berlín, donde sus libros antirrusos y 
anticomunistas habían sido ya antes traducidos.)
 
            El ministro de Educación y Ciencia de “la Ucrania con 
valores europeos”, que ha insistido en varias ocasiones que los 
nacionalistas ucranianos de la Segunda Guerra Mundial constituyen un 
ejemplo a seguir, obligó como rector de la NaUKMA a clausurar la 
exposición “El cuerpo ucraniano”, organizada por el Centro de 
Investigación de la Cultura Visual y, poco después, cerró el propio 
centro.  La exposición estaba enfocada en las 
minorías sexuales en Ucrania y trataba de reivindicar los derechos de 
los homosexuales en el país.
             
 Cyril Amar y Anders Rudling denuncian que todos estos hechos son 
ignorados por los medios de comunicación occidentales como “propaganda 
rusa” a partir de una lógica “demasiado simple: si lo medios rusos dicen
 que hay un problema, entonces es que no hay ninguno”. Esta 
polarización, concluyen, “es intelectual y políticamente infructuosa”.
             
 La UE trata de crear su propio relato fundacional y, como ha señalado 
Rafael Poch-de-Feliu, expulsar a Rusia de la historia europea. En la historia como en la economía: con una terapia de  shock.
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