Genocidio en Tasmania
Uno de los genocidios del Imperio británico
Cuando se pagaban cinco libras por la captura de un aborigen en Tasmania
Aunque los británicos la llamaron Black War (Guerra Negra),
no se declaró ninguna guerra. De esta forma, denominan los ingleses al
exterminio de los aborígenes de Tasmania promovido directamente por el
Imperio británico.
Por Javier Sanz
La isla de Tasmania —topónimo conocido por los dibujos animados de la Warner cuyo protagonista es el Diablo de Tasmania— está situada a doscientos cuarenta kilómetros al sureste de Australia.
La isla estaba poblada por aborígenes de tez negra, pelo rizado, baja
estatura (hombres 1,60 metros y las mujeres 1,48 metros) y de complexión
delgada, dedicados a la caza y recolección con medios muy
rudimentarios.
Tuvieron la mala suerte de que el navegante holandés Abel Tasman Jansen arribase a sus costas en 1642. Hasta que en 1855 comenzó a denominarse Tasmania por su descubridor, se llamaba Tierra de Van Diemen por Anthony Van Diemen, gobernador general de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en
aquella época. Más tarde pasaron por allí franceses y británicos que
comenzaron a esclavizar a muchos aborígenes. En 1803, los británicos
establecieron una colonia penal en Tasmania y la isla
comenzó a recibir lo mejor de cada casa. Con estos indeseables también
llegaron colonos dispuestos a conseguir terrenos donde establecerse sin
respetar los territorios de caza de los aborígenes. Poco tardaron en
llegar los primeros enfrentamientos entre los colonos, apoyados por el
ejército británico, y los nativos del lugar que siempre llevaron las de
perder: asesinatos, violaciones o secuestros se repetían sin castigo
alguno para los europeos. A pesar de todo, los aborígenes tasmanos
trataron de defenderse, pero poco podían hacer con piedras y lanzas
contra las armas de fuego.
Genocidio Tasmania
Entre 1803 y 1830, se pasó de una población estimada de cinco mil
tasmanos a unos doscientos. En 1826, el Tasmania Colonial Times lo
justificaba como autodefensa (¿?):
"No estamos aquí por nuestra labor filantrópica. La autodefensa es la
primera ley de la naturaleza. Si el gobierno no elimina a los nativos
[se planteó reubicarlos en otra isla], serán cazados como fieras".
Para acabar con aquel problema por la vía rápida, en 1828 se autorizó la caza de aborígenes estableciendo una recompensa de cinco libras por la captura de un adulto y dos libras por un niño. En 1860 murió el último hombre tasmano y, como recuerdo, el miserable George Stokell, de la Royal Society of Tasmania, ordenó que desollasen su cuerpo para hacerse una cartera. La última mujer tasmana, Truganini, murió en 1876… El genocidio había terminado.
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