¿Una Europa alemana?
¿Una Europa alemana?
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En
1953 Thomas Mann animó a su público de Hamburgo a luchar “no por una
Europa alemana, sino por una Alemania Europea”. Sesenta años después,
esta exhortación, lejos de resultar profética, demuestra que los poderes
fácticos germanos, con la complicidad manifiesta de de los nanopolíticos europeos, han obviado su recomendación.
Tras
la II Guerra Mundial, los europeos, todavía lamiéndose las heridas
causadas por la segunda gran catástrofe europea, se unieron con el
objetivo de garantizar la paz y la unidad en el viejo continente,
renunciando para ello a buena parte de su soberanía nacional y
situándose bajo la autoridad central de Bruselas. Pensaban que si
Alemania quedaba firmemente comprometida en una especie de confederación
europea, el peligro de una nueva confrontación bélica quedaría
conjurado. El imperio estadounidense otorgó su licencia. Inglaterra
también. Francia pensó que podría liderar el proceso de unificación.
Alemania creyó que así podría purgar todos sus pecados. Entre Inglaterra
y Francia podrían domar al poderoso caballo alemán. Si Monnet,
Schumann, Spaak y De Gasperi previeron una Europa unificada, queda claro
que no sabían lo que estaba por venir. De hecho, lo que estamos
viviendo encaja perfectamente en el programa del planificador nazi
Albert Speer, quien veía una moderna Europa federal (?) en la que
Alemania controlaría la producción económica y los recursos energéticos.
El
surgimiento de Alemania como la principal nación europea es algo que se
viene gestando desde hace mucho tiempo. Alemania es –dicen– el motor
económico de Europa. El euro no deja de ser una mutación del marco
alemán. El Banco Central Europeo está en Frankfurt. La ampliación de la
Unión Europea está marcada por la planificación del espacio vital alemán
en el Este (Lebensraun). Los países mediterráneos se han convertido en una especie de provincias (Gau) gobernadas
por los “hombres de negro”. Según Reid, Alemania no está dispuesta a
ser un gigante económico y una piltrafa militar. Lo que en el siglo
pasado Alemania quiso conseguir por la vía militar, en el presente lo
está logrando mediante la gobernanza del sistema financiero. Los euros
sustituyen a los panzer. Como dijo Kissinger, Alemania es “demasiado grande para Europa, demasiado pequeña para el mundo”.
En
Europa hemos pasado de una relativa y eufórica germanofilia, en la
consideración de que Alemania “pagaba y subvencionaba” para limpiar su
pasado y así hacerse acreedora del liderazgo europeo, a una furibunda
germanofobia por las decisiones adoptadas para la salvación del euro imperator,
una germanofobia sólo comparable a la desatada durante la II Guerra
Mundial. La austeridad impuesta por Alemania a sus socios no responde a
la visión de los padres fundadores de una Europa rica, pacífica y
campeona del bienestar social. Se trata, más bien, de la punta de lanza
para crear un IV Reich financiero. Hasta las formaciones
neopopulistas de la derecha radical europea, antaño fascinadas, cuando
no inspiradas, en la Alemania de las nietzscheanas “bestias rubias”, se
declaran antieuropeas y euroescépticas por un simple efecto reactivo del
sentimiento antialemán. Marine Le Pen tiene como eslogan la salida del
euro y el rechazo de las políticas económicas y sociales impuestas desde
Berlín. Y los sondeos auguran un éxito electoral.
Aquí
Alemania continúa aplicando las ideas geopolíticas de Haushoffer, que
partían de la tesis principal del inglés Sir Halford MacKinder: el
“centro del mundo” es una “isla mundial” formada por el conjunto
Europa-África-Asia, en el seno del cual se encuentra el “corazón de la
tierra” (Heartland) que corresponde a la región de Europa central
y cuya posesión desencadenará un auténtico combate final: «Quien tiene
la “Europa media” tiene el Heartland. Quien tiene el Heartland
manda en la isla mundial. Quien tiene la isla mundial manda en las
tierras y en los océanos». Para Haushoffer, uno de los “espacios
dinámicos” mundiales es la “Europa media” (Mitteleuropa), que
sitúa a Alemania en el centro, en el corazón de Europa, en cuya
condición se había visto obligada a luchar constantemente, tanto con los
enemigos del Este como del Oeste, para conservar su propio espacio
vital y existencial. El profesor defendía la “idea euroasiática”,
considerando a Europa y Asia como un espacio indivisible en el que la
región ucranio-polaca era una zona de transición y enfrentamiento entre
el elemento germano-romano y el ruso-sármata. Pero esta unidad
euroasiática era inconcebible por la hostilidad de las potencias
talasocráticas (Estados Unidos e Inglaterra) y las subcontinentales
(Francia, Rusia), por lo que los geopolíticos alemanes proponían la
formación de una “entidad subcontinental” a caballo entre Europa y Asia,
partiendo del espacio centro-europeo, la Mitteleuropa. El
problema es que al “sueño euroasiático” alemán le ha salido un duro
competidor, la Rusia de Vladimir Putin y su ideólogo Alexander Dugin.
La república berlinesa de Merkiavelo
es también una Alemania europea, libre, democrática, civilizada,
social, ecológica, comprometida, solidaria. Al menos, eso es lo que dice
la propaganda subpolítica. No es perfecta, pero como dicen los
analistas, es la mejor Alemania que ha existido jamás. Además, los
mismos alemanes –según la moderna moral europea del buenismo y del
angelismo– no quieren una Europa alemana; como mucho desean una Alemania
europea en una Europa alemana; en fin, que los alemanes no están
acostumbrados a liderar, sólo saben mandar y dominar. El caso es que
Alemania se ha situado en el centro nuclear de la eurozona, decide las
políticas macroeconómicas (incluso las nacionales) de la UE, las
ampliaciones de sus socios, las ayudas y rescates financieros de los
holgazanes mediterráneos … y no le queda ningún contrapeso. Francia está
en decadencia. Gran Bretaña, desde el principio, muestra su desafección
por el continente (los intereses de la city no maridan con la
divisa única). Quizás un futuro eje de intereses París-Roma-Madrid
pudiera hacer valer una idea paneuropea de tipo solidario. Quizás la
dependencia energética de Rusia, exteriorizada por la crisis ucraniana,
manifieste finalmente la vulnerabilidad alemana.
Una
Europa alemana es, también, el título del libro del alemán Ulrich Beck,
quien fundamenta su tesis partiendo de los paralelismos existentes entre
El Príncipe de Maquiavelo y la estrategia política de la
canciller Merkel, una táctica decisional que sólo contempla los
intereses del sistema financiero alemán, no de los países europeos. Es
la realpolitik en estado puro que haría las delicias de un
resucitado Carl Schmitt convertido al neoliberalismo. Y es que la
fórmula del éxito de Merkiavelo, como señala Beck, es muy simple:
aplicar un brutal neoliberalismo “hacia fuera” y buscar un amplio
consenso con tintes socialdemócratas “hacia dentro”. Una “tarea
histórica” que los alemanes –eso dicen ellos– no quieren asumir, y el
resto de los europeos no alemanes no sabemos apreciar: se trata de
reeducarnos para el ahorro, haciéndonos más competitivos, engordando las
cuentas de los bancos alemanes, y sacrificando para ello las conquistas
sociales y laborales de los últimos seis decenios. Según Beck, estamos
ante “la progresiva sustitución de la participación igualitaria por
formas de dependencia jerárquica” entre los países europeos.
Dicen
los germanos –siempre en su línea disciplinaria– que el programa de
austeridad es un castigo por nuestra irresponsabilidad, holgazanería y
despilfarro –cierto, si se refieren a nuestros políticos mercenarios– y
que la consecuencia de todo ello es que los alemanes no deben pagar
nuestras deudas, cuando parece obvio que los irresponsables no han sido
los pueblos sobre los que recae tan ejemplar sanción, sino los propios
políticos europeístas y los usurarios bancos alemanes, a cambio, eso sí,
de unas ganancias multimillonarias. El resultado es de todos conocido:
los ricos son cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres y la
injusticia social sustituye al caduco Estado de bienestar, al tiempo que
los países del Sur y del Este europeos hipotecan su futuro económico
bajo la dependencia de la autoridad central europea, esto es, Alemania y
sus poderosas y frías entidades bancarias. Merkiavelo ha declarado la
guerra a Europa y su blitzkrieg financiera arrasa.
Ironías de la falta de memoria histórica. Rafael Poch en La quinta Alemania
desmitifica una evolución del recurrente “milagro alemán”. Europa tuvo
que pagar las reparaciones de la catástrofe provocada por el
imperialismo alemán, no una vez, sino dos. Europa tuvo que costear la
reunificación alemana. Europa tiene que sufragar su ampliación a los
países eslavos siguiendo los intereses geoeconómicos alemanes, tras la
disolución del Pacto de Varsovia y la desintegración de la Unión
Soviética. Ahora, Europa también tiene que pagar el desmantelamiento del
Estado social auspiciado por los intereses de la Banca alemana,
realizando peligrosos y delicados equilibrios que no alteren las
relaciones de poder entre los socios europeos. Alemania es el país que
más se ha beneficiado de Europa y del euro. ¿Y que ha aportado Alemania a
cambio? Una estrategia de desarrollo neo-mercantilista que implica el
sometimiento financiero del resto de Europa, que consolida a Alemania
como el núcleo exportador-acreedor de una periferia importadora-deudora
en pleno retorno al subdesarrollo. Es la primera fase de la
deconstrucción europea a favor de los mercados. ¿Por qué pasaría de
llamarse “Mercado Común” a “Unión Europea”, si la primera denominación
fidelizaba mejor con la oligarquía financiera euro-alemana? Es la utopía
bienestarista de domesticación del capital, la del progreso y del
crecimiento sin límites, la del fin de la historia marcada por el
triunfo incontestable del neoliberalismo. Es el Nuevo Orden Europeo, un
simulacro de democracia imperial, nacional y colonial. No suena mal, el
problema es que la metrópoli es Alemania, otra vez Alemania, y las
colonias somos el resto, los ilusos que creíamos en la posibilidad de
una Alemania europea en lugar de una Europa alemana. La UE no sólo sufre
una crisis financiera, una devaluación democrática y un déficit de
liderazgo, sino que es víctima del “eterno problema alemán”. Hay
momentos históricos para los pequeños políticos y otros para la gran
política. Ahora estamos ante uno de ellos.
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