Kosovo, donde ya se ha concluido, hace unos años, la Gran Sustitución.[1]
Kosovo: la absurdidad de un “Estado” que nace de bombardeos de civiles y
de intereses extranjeros en lugar de surgir de una historia y de la
voluntad de una comunidad popular. Un “país” en donde el choque de
civilizaciones se manifiesta en todo: desde los nombres serbios tachados
en los carteles hasta los cementerios cristianos que se encuentran en
ruinas porque les está vedado a los serbios acudir a ellos, pasando por
las banderas albanesas plantadas en las miles de casas en construcción
antes de que estén siquiera terminadas…
El
pueblo serbio, el mismo que dio nombre a los ríos, montañas y pueblos de
Kosovo; el que edificó sus espléndidos monumentos; el que revalorizó su
territorio, está hoy encerrado en enclaves que son auténticas cárceles
al aire libre. Es peligroso salir de ellas, pues cada contacto entre
ambas comunidades —serbia y albanesa— podría degenerar en un conflicto
que volvería a prender fuego al polvorín balcánico. Y de todos modos,
nada es posible aquí, para un serbio, fuera de su enclave.
Los
serbios de las demás ciudades y pueblos de lo que, todavía antes de
2008, era una región de Serbia, siguen sin poder volver a sus casas.
Fueron brutalmente expulsados de ellas durante los pogromos de 2004, en
los que ocho de ellos encontraron brutalmente la muerte y quedó
destruido una gran parte de su patrimonio religioso y arquitectónico.[1] Lo
absurdo es que esta caza al serbio se produjo ante los ojos de 20.000
soldados de las fuerzas militares internacionales, inmóviles e incapaces
de frenar la furia albanesa.
Con la
marcha forzada de unos 300.000 serbios, la situación se ha calmado
mucho. Sin embargo, todavía se mata en Kosovo. En abril de 2013, un
anciano serbio fue asesinado por reivindicar la propiedad de su casa.
Sí, aquí se muere por querer vivir en la tierra de sus antepasados.[2]
De modo
que la gente se queda en su enclave. Ello significa que no tienen
trabajo, están cortados del resto del mundo, si tienen necesidad de ir
al médico… a varios centenares de kilómetros, se ven obligados a tomar
uno de los escasos autobuses que llevan el cartel de “Servicio
humanitario”.
Y luego
surgen más preguntas. ¿Por qué es tan poco lo que se hace por estos
enclaves? ¿Por qué es la solidaridad internacional, muchas veces
procedente de pequeñas asociaciones benévolas, la que proporciona el
material necesario para lo que queda de algún hospital, si es que queda?
¿Por qué son estas asociaciones (Amici
di Decani, Belove Révolution, Solidarité Kosovo..) las que, junto con
los monasterios, llevan una comida cotidiana a los serbios de los
enclaves más aislados? Respuesta: porque la realidad es el abandono
político, mediático, humano.
En Kosovo y Metohija no
son sólo estas situaciones las que recuerdan el horror de la guerra y
de los pogromos. Lo recuerda sobre todo el hollín visible por doquier en
los antiguos barrios serbios; las huellas de los bombardeos; los
centros fabriles destruidos o abandonados; los escombros de los
monasterios demolidos; la presencia de los soldados internacionales
delante de cada lugar cristiano… Y si ello no fuera suficiente, también
se descubre este horror en las placas erigidas en honor de los
terroristas del Uçk: cada doscientos metros un monumento decorado con la
omnipresente bandera roja y su águila negra bicéfala, pues según la
tradición de los albaneses, se convierte en tierra albanesa cualquier
sitio en el que se ha derramado sangre albanesa. Y a todo ello se le
tienen que añadir las listas de las decenas de centenares de serbios
víctimas del más feroz tráfico de órganos de la historia; o las
muchachas que se ven abocadas a la prostitución.
Son
éstas las condiciones de existencia de un pueblo europeo que tanto se
nos parece, pero cuya situación política le impide vivir como nosotros;
tal es el resultado, en fin, de siglos de desplazamientos artificiales
de poblaciones y de estrategias geopolíticas por parte de potencias
extranjeras.
Pero Kosovo es también
el encanto de un pueblo que, pese a los horrores y a la absurdidad en la
que se encuentra, ha mantenido viva su identidad a través de los
siglos durante los que diversas fuerzas e imperios han intentado hacerle
olvidar su historia y su cultura. Otomanos, austro-húngaros, yugoslavos
de Tito, albaneses y norteamericanos. Pero no, no es tan fácil borrar
la existencia de los serbios en Kosovo y Metohija .
Una
identidad fuerte, hecha de orgullo y obstinación, de extrema
hospitalidad y dignidad. Uno de los rasgos más seductores del carácter
serbio es su alto sentido de la familia: unida, armoniosa y numerosa.
Ahí está la obstinación serbia. Viven en un enclave devastado…, ¡pero no
conocen el hijo único y siguen engendrados niños!
Y si
hay serbios que se niegan a irse, es también porque Kosovo es el corazón
histórico de Serbia, sede de la Iglesia y del patriarcado ortodoxo de
su país. Pero es al entrar en uno de estos numerosos monasterios cuando
uno comprende la auténtica dimensión de todo esto: te quedas
deslumbrado. El patrimonio arquitectónico de Serbia es de una increíble
riqueza: suntuosos iconos cubren cada centímetro de los monasterios
atiborrados de reliquias de Esteban, el Sacro Rey de Serbia, con las
primeras inscripciones del alfabeto cirílico en una antigua cruz de
madera, con el grandísimo candelabro hecho con la fundición de las armas
con la que lucharon los héroes caídos en la batalla de Kosovo Polje.
Estos
monasterios son mucho más que simples lugares de culto o galerías de
arte. Son parte integrante de la sociedad serba. Son el refugio
instintivo de la población en caso de peligro, el sitio de trabajo de
numerosos habitantes de los enclaves, la autoridad y lel símbolo de todo
un pueblo separado de sus instituciones. Los popes y los monjes
mantienen un estrecho contacto con la población y dan muestras de un
gran calor humano y de un notable sentido de la realidad. Su función
social es evidente: son guías espirituales, por supuesto; pero sobre
todo son garantes de la identidad de su pueblo.
¿Cuánto tiempo se mantendrá aún esta identidad, esta cultura, esta gente?
[1] Ciento
cincuenta iglesias o monasterios fueron destruidos desde la guerra de
la OTAN de 1999. Durante el mismo período se construyeron cuatrocientas
mezquitas gracias a la generosidad de otros países como Turquía o Arabia
Saudí.
[2] Después
de los pogromos, los albaneses se instalaron en las casas de los
serbios. Y en ellas siguen tan campantes. Dado que se quemaron los
archivos, y con ellos los catastros, les resulta imposible a los serbios
probar la propiedad de su vivienda, la cual debería ser registrada, de
todos modos, en la administración o en la policía kosovar… integrada
exclusivamente por kosovares de etnia albanesa.
[1] La Gran Sustitución (en francés, Le Grand Remplacement):
tal es concepto puesto en solfa por el filósofo galo Renaud Camus para
calificar lo que, con la inmigración masiva procedente del Tercer Mundo,
las pretendidas élites europeas nos están imponiendo a todos: el mayor
trasvase de poblaciones de toda la historia. Eso que algunos llaman
“alianza de civilizaciones” y que no es otra cosa que la mayor pérdida
de identidad y de civilización. Para todos: tanto para quienes vienen
como para quienes aquí están. (N. del T.)
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