Turismo en España

Luis Sepúlveda, Le Monde Diplomatic

Como medio mundo sabe España es uno de los destinos turísticos preferidos, y aunque estemos en invierno el paisaje de terrazas con sangría, chorizo, procesiones, chorizo, sol, chorizo, una cloaca mediterránea, chorizo, gente simpática, chorizo, y alegría contagiosa al ritmo de palmitas se mantiene inalterable.

Y aunque las temperaturas son, según los termómetros, bajas en esta época del año, el ambiente está bastante caldeado, tal vez para que los chorizos se conserven de manera ideal. El turista notará de inmediato que España es el primer productor mundial de chorizos, y que en este rubro productivo se omite la participación del cerdo, nobles animales que no merecen ninguna comparación con la materia prima de la que están hechas los chorizos españoles.

Notoria es la variedad “Chorizo Royal” con denominación de origen en la Casa Real y cuyo gran exponente es el yerno del rey, Iñaqui Undargarín, un sujeto sin profesión conocida, salvo la de chorizo, que al amparo de la monarquía creó junto a su abnegada esposa e Infanta de España, una organización filantrópica sin fines de lucro, recibió varios millones de euros del erario público y, por esas cosas de la vida totalmente ajenas a su voluntad, aparecieron desviados a cuentas en bancos suizos y empresas inexistentes que, de pura casualidad, aparecían a nombre suyo y de la Infanta.

Estas casualidades ofuscaron bastante a los habitantes del simpático y acogedor país que ostenta los títulos de campeones mundiales de fútbol, campeones de Europa del mismo deporte, y campeones olímpicos en recortes sociales, en recortes de educación, de salud, de investigación científica y paraíso del despido libre y gratuito. Casi seis millones de españoles en paro pueden hoy dedicar su tiempo a la contemplación de las bellezas naturales, y 52 de cada cien jóvenes menores de 30 años disponen de todo el tiempo libres imaginable gracias a la política laboral de un gobierno que, dotado de una mayoría absoluta, aumenta cada día la monstruosa cifra de personas que descienden monte abajo, desde la clase media a la pobreza y de ahí a la miseria.

Hace unos pocos días, un periódico español publicó una noticia inquietante: desde hace muchos años los dirigentes del Partido Popular, heredero directo del franquismo y hoy en el gobierno, cobraban unos extras en dinero negro, y que eran repartidos generosamente por un hombre de honor a toda prueba, un genuino caballero español llamado Luis Bárcenas, ex tesorero del Partido Popular, ex senador, e imputado por una posible financiación ilegal del partido. Unos días más tarde, otro periódico publicó varias hojas de un cuaderno de contable, en las que aparecen meridianamente detallados los pagos extra a los honorables dirigentes, entre los que hay ex ministros, ex secretarios generales, y el actual presidente del gobierno, don Mariano Rajoy. Con estas noticias nació otra variedad de chorizo; el Chorizo de Mierda.

Don Mariano Rajoy, perdedor de dos elecciones, para ganar votos propuso que los extranjeros que viven en España suscribieran un contrato por el que se comprometían a respetar y seguir las costumbres españolas, pero sin indicar cuáles. No estaba claro si los marroquíes, ecuatorianos, japoneses, alemanes o británicos residentes en España debían, merced a ese contrato, sumarse con algarabía a la rancia costumbre de matar a puñaladas un toro en Tordesillas, o a lanzar cabras vivas desde algún campanario antes de entregarse con frenesí a la danza del pasodoble “suspiros de España”. Lo que sí quedó claro, es que don Mariano Rajoy es un seguidor fiel de algunas tradiciones taurinas, sobre todo le entusiasma la figura de Don Tancredo, un sujeto que, en alguna corrida, descubrió que permaneciendo quieto, muy quieto, en silencio, muy en silencio, ningún toro se fijaría en él y no sufriría el menor contratiempo.

La figura de Don Tancredo se convirtió en el estilo de gobierno de Rajoy, y para no arriesgarse a un percance en sus escasas intervenciones en el parlamento, o ante la prensa, decidió que el eufemismo era, o debía ser, una de las costumbres más caras de España.

El turista que visite este encantador país tendrá que comprar un diccionario de la Nueva Lengua Española, pues sólo así podrá entender que el acto de entregar 100 mil millones de euros a la banca privada, con cargo a los presupuestos del Estado, y que se paga reduciendo a mínimos los gastos en salud, educación, servicios sociales y todo aquello que es propio de un país civilizado, se llama “recapitalización del sistema financiero”. Al despido casi gratuito y sustentado en la perspectiva de reducción de beneficios se le llama “reforma laboral o flexibilidad del trabajo”. A la privatización de los hospitales públicos se le llama “externalización”, y se llama “reforma de la educación” al regreso de los crucifijos a las aulas, al remplazo de la asignatura de educación para la ciudadanía por clases de religión católica. El turista que visite este simpático país, encontrará que todos los días, a todas horas, multitudes de españoles y españolas llenan las calles portando tijeras de cartón, letreros que dice “no hay pan para tanto chorizo”, lo que evidencia que este es el país de la fiesta y la alegría infinita ofrecido en los catálogos de turismo.

Y encontrará costumbres extrañas, por ejemplo, entre los miles que hurgan en los contenedores de basura buscando algo que echarse a la boca, verá algunos –pocos por ahora, pero en aumento- que se aplastan ellos mismos los dedos con las tapas de los contenedores al tiempo que declaman: yo fui uno de los gilipollas que dio mayoría absoluta a estos chorizos de mierda.

Para facilitar la comprensión del turista me permito indicar que, en ningún caso, el gobierno quiso restar legitimidad y competitividad al Chorizo de Mierda. Las aseveraciones de doña María Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular y presidenta de Castilla-La Mancha, con sus repetidos “no me consta” cuando alguien le hablaba de la irrupción pública del Chorizo de Mierda, lema que fue repetido como un mantra por toda la cúpula del Partido Popular, deben ser tomadas como una simpática frase folclórica. Sabido es que la señora Cospedal adora vestirse de lagarterana cuando asiste a las procesiones, y suele decir “no me consta” con la misma naturalidad con que dice ¡vivaspaña!, ¡ole la madre que me parió! o ¡guapa! al paso de un monigote de escayola con aspecto de mujer sufriente.

Tampoco el turista debe sentirse confundido al leer que don Mariano Rajoy, en Alemania, al ser consultado por la lista de chorizos de mierda que aparecen en el libro de contabilidad “b” de Luis Bárcenas, dijera: “nada es cierto, salvo alguna cosa”.

Dicen las lenguas viperinas que al señor Rajoy, durante su visita a Chile, se le contagió la desconcertante locuacidad de Sebastián Piñera. Puede ser, pero lo más probable es que ese “nada es cierto, salvo una cosa” obedece más bien a su afán de decir algo, sino trascendente al menos de cierto interés, alguna vez en su vida.

Y la frase ha tenido éxito. Tanto, que hasta la Conferencia Episcopal empieza a preocuparse ante el surgimiento de evangelios apócrifos, que en la parte donde dios le dice a Caín: “me han dicho que primero mataste a un pobre burro, y que empleaste una de sus quijadas para matar a tu hermano Abel”, el pérfido Caín responde: nada es cierto, salvo alguna cosa.

Hoy, cientos de miles de estudiantes salieron a las calles en una huelga masiva que paralizó el 92 % de la actividad escolar, pidiendo la derogación de la nueva ley de educación, y la dimisión del ministro del ramo. Según el gobierno, solamente el 12% del alumnado secundó la huelga. La respuesta de los estudiantes es: nada es cierto, salvo alguna cosa.

Turistas del mundo, bienvenidos a España, el país del chorizo, el país de los indultos garantizados a los defraudadores y a los policías que torturan hasta frente a las cámaras de seguridad de las comisarías, el país del no me consta, al país cabreado, tan cabreado, que está a punto de arder y no habrá bomberos que apaguen el fuego de la más justa de las iras.

6 de febrero de 2013

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