¡Feliz 23 F!
Españoles todos:
Se cumplen treinta años de la impresentable asonada militar acaecida en 1.981 que dejó al pueblo español en manos de este podrido régimen monarcococotero en el que participan sin rubor absolutamente todos los partidos políticos del espectro parlamentario; tal vez el recuerdo de aquel suceso explique los actuales plenos vacíos, pues vacía de democracia está España:
  
La ocasión merece que hable un entendido en la materia cual es el Coronel Martínez Inglés.
                                                                  
SINDE DIMISION.
Se cumplen treinta años de la impresentable asonada militar acaecida en 1.981 que dejó al pueblo español en manos de este podrido régimen monarcococotero en el que participan sin rubor absolutamente todos los partidos políticos del espectro parlamentario; tal vez el recuerdo de aquel suceso explique los actuales plenos vacíos, pues vacía de democracia está España:
La ocasión merece que hable un entendido en la materia cual es el Coronel Martínez Inglés.
AL Excmo Sr. Presidente del Congreso de los diputados de las Cortes Españolas                             
                             Don  Amadeo Martínez Inglés, coronel del  Ejército, escritor e historiador  militar, se dirige a VE y a la Cámara  que preside con arreglo a lo  que dispone el artículo 77.1 de la  Constitución española manifestándole  lo siguiente:     
     
                          Con  fecha 23 de septiembre de 2005, y con  arreglo a cuanto dispone el artículo  77.1 de la Constitución española,  remití al presidente de esa Cámara  un exhaustivo Informe (40 páginas)  sobre los hechos acaecidos en España  en la tarde/noche del 23 de  febrero de 1981 (popularmente conocidos  como la “intentona  involucionista del 23-F”) en el que, después  de una larga investigación  de más de veinte años, presentaba toda  una serie de indicios  racionales que apuntaban a que el rey Juan Carlos  I fue el máximo  responsable de su planificación, coordinación, preparación  y ejecución.  En consecuencia le solicitaba la creación de una Comisión  de  Investigación, conforme a lo que establece el artículo 76.1 de  la Carta  Magna, que estudiara, investigara y analizara tan deleznable  episodio  de la reciente historia de España y depurara las responsabilidades   (políticas e históricas, preferentemente) en las que pudo incurrir  el  monarca español.     
                         En   enero de 2006, cuatro meses después del envío del Informe al  presidente  del Congreso de los Diputados y dada la nula respuesta de  éste al mismo,  decidí enviar el prolijo documento al presidente del  Senado, al del  Gobierno de la nación y a los de las más altas  instituciones del Estado:  Consejo General del Poder Judicial, Tribunal  Supremo, Tribunal Constitucional,  Consejo de Estado…etc, etc.            
                         Al  no obtener ninguna  respuesta de esas preeminentes instituciones del  Estado (a excepción  del Senado que acusó recibo a través de la Comisión  de peticiones de  esa Cámara), un año después, con fecha 23 de febrero  de 2007, presenté  personalmente en la sede del Congreso de los Diputados  el mismo Informe  solicitando de nuevo la creación de una Comisión  que investigara el  supuesto golpe de Estado del 23-F; visto, además,  lo ocurrido en esa  Cámara el día 23 de febrero del año anterior,  fecha en que se cumplía  el vigésimo quinto aniversario de tan desgraciado  evento, al rechazar  de plano algunos grupos parlamentarios la nota institucional  que  pretendía difundir su presidente y que, como venía siendo costumbre  en  los últimos años, señalaba al rey Juan Carlos como supremo y       único  “salvador de la democracia y las libertades del pueblo español”   puestas en peligro por el golpista Tejero.     
                          Como  consecuencia de todo lo anterior y  consciente de que ni el Congreso  de los Diputados, con su señor  presidente al frente, ni el resto de  autoridades a las que había  dirigido el documento se iban a molestar  en acusar recibo del mismo  decidí, en febrero de 2008, publicar todas  mis investigaciones sobre el  rey Juan Carlos en forma de libro (“Juan  Carlos I, el último Borbón”),  un extenso trabajo sobre la vida del  monarca español en el que  analizo, después de muchos años de estudio  y dedicación, no sólo el ya  comentado asunto del 23-F sino algunas  de las numerosas y graves  irregularidades políticas, militares, familiares,  económicas… que ha  protagonizado a lo largo de sus tres décadas  largas de reinado. Muchas  de estas irregularidades son, obviamente,  presuntos y graves delitos  que no deben quedar escondidos, de ninguna  de las maneras, bajo la  alfombra de la historia.      
                          El  4 de abril de 2008, tras las elecciones de 9 de marzo y  constituidas  las nuevas Cortes Generales salidas de la voluntad  popular, me dirigí  por primera vez a VE como presidente del Congreso de  los Diputados para,  en virtud de lo que contempla el ya citado  artículo 77.1 de la Carta  Magna española, exigir la creación de la ya  repetidas veces solicitada  Comisión parlamentaria que  procediera de  inmediato a estudiar e investigar  las muy claras responsabilidades del  monarca español en los hechos  que le denunciaba, y que son los  siguientes:     
                         1º.-        La llamada durante años “intentona involucionista del 23-F” y que   en realidad no fue tal sino una chapucera maniobra borbónica de altos   vuelos, al margen de la Constitución y de las leyes, para cambiar el   Gobierno legítimo de la nación en provecho de la Corona.
                          2º.-            La creación y organización de  los autoproclamados Grupos Antiterroristas  de Liberación (GAL),  compuestos por determinados estamentos de los  Cuerpos y Fuerzas de  Seguridad del Estado y del Ejército (de los que  el monarca español tuvo  conocimiento antes de que empezaran a actuar  a través de documentos  reservados del CESID) y que cometieron, con  métodos expeditivos  criminales, por lo menos veintiocho asesinatos  de Estado y un  secuestro.
                         3º.-  El  sorprendente y rápido enriquecimiento de su familia (en treinta  años ha  pasado de la indigencia más absoluta a disponer de una de  las mayores  fortunas de Europa, según informaciones de toda solvencia  que no han  sido desmentidas por La Zarzuela).
                          4º.-  La aceptación continuada de regalos y donaciones por  parte de particulares  (yates, coches…) que lógicamente harían los  interesados persiguiendo  algo  a cambio.
                          5º.-       Los pagos con fondos reservados de  Presidencia del Gobierno y de los  ministerios de Defensa e Interior  para enfrentar el chantaje de determinada  vedette del espectáculo  español, que disponía de comprometedores  vídeos sexuales con el rey  Juan Carlos. 
                         6º.-  La  desgraciada muerte del infante D. Alfonso de Borbón en “Villa  Giralda”  (residencia de los condes de Barcelona en Estoril) el 29  de marzo de  1956 y que al hilo de los análisis profesionales incluidos  en el  trabajo de referencia dejan bastante claro que el supuesto accidente   pudo ser en realidad un fratricidio premeditado.       
                          El  8 de octubre de 2008, me dirigí     por  segunda vez a VE adjuntándole   un informe sobre la anómala actuación  del monarca español (entonces  príncipe de España y a cargo  interinamente de la jefatura del Estado  español) en relación con la  entrega a Marruecos, en noviembre de 1975,  de la antigua provincia  española del Sahara Occidental. Del que se  desprende que, con arreglo a  testimonios e investigaciones históricas  de toda solvencia, Juan  Carlos de Borbón pudo cometer presuntos delitos  de alta traición,  cobardía ante el enemigo y genocidio del pueblo  saharaui, en grado de  colaboración necesaria.      
                          Con  fecha 2 de marzo de 2009, y con casi un año de retraso,  recibí      por fin el correspondiente acuse de recibo al primero de mis  escritos  dirigido a su autoridad, firmado por la jefa del Departamento  de Registro  y Distribución de Documentos del Congreso de los  Diputados, en el que  me comunicaba que el citado documento había tenido  entrada en esa Cámara  y que había sido trasladado a la Comisión de  Peticiones de la misma  para “su oportuno estudio y tramitación”.            
                         En  diciembre  de 2009, diez meses después de que me llegara la  notificación  señalada  en el apartado anterior, vista la escasa premura con la que  se había  desempeñado la siempre laboriosa Cámara Baja de las Cortes  Españolas en  el tema del acuse de recibo a mi escrito de denuncia del  rey y ante  las puertas de lo que VE ha denominado públicamente como  “período hábil  entre sesiones” y para el resto de los mortales  no dejan de ser unas  descomunales vacaciones de Navidad y año Nuevo  (48 días), con el  peligro añadido de que pasaran decenios antes de  que volviera a saber  algo de ese “oportuno estudio y tramitación”  por parte de la Comisión  de Peticiones del Congreso…decidí dar un  paso más en la, sin duda,  ardua tarea profesional que yo mismo me he  impuesto dando a conocer al  pueblo español, a través de un nuevo libro  (“La Conspiración de mayo”),  las últimas y sorprendentes revelaciones  sobre el 23-F que obraban en  mi poder tras muchos años de investigaciones  en lo más reservado del  estamento militar. Y que aclaran de una forma  definitiva, radical,  irrefutable… las tramas, los contubernios y los  espurios pactos que  jalonaron la larga planificación, preparación  y ejecución de tan  desgraciado evento de nuestra historia reciente.  Revelaciones inéditas  que, ingenuamente, venía reservando como oro  en paño para ponerlas a  disposición de sus señorías cuando de verdad  quisieran depurar las  altas responsabilidades que a día de hoy, y en  relación con ese falso  golpe militar, apuntan indefectiblemente hacia  la borbónica figura del  todavía “rey de todos los españoles”.     
                          Algo  debía hacer, sin duda, a título personal,  ante la pasividad culpable  de la Cámara que VE preside que, resulta  meridianamente claro, ha elegido  el inconveniente camino del silencio  administrativo, el mirar para otro  lado y el marear la perdiz ante las  gravísimas y reiterativas denuncias  presentadas por un ciudadano  español contra el actual jefe del Estado;  efectuadas, eso sí, tras  muchos años de investigación y apoyadas,  además, en irrefutables  indicios racionales de culpabilidad del mismo  en presuntos delitos de  golpismo, terrorismo de Estado, malversación  de fondos públicos,  corrupción… etc, etc. Y ese algo debía ser  el sacar a la luz pública,  el desvelar por primera vez a los medios  de comunicación y a la  sociedad española en general uno de los misterios  mejor guardados de la  transición española, un absoluto secreto militar  dormido durante  décadas en las entrañas del “gran mudo” castrense  español, presentando  como nació, se preparó, estudió y organizó  el golpe duro “a la turca”,  la gran apuesta golpista denominada  “Operación Móstoles” dentro de un  movimiento militar (un nuevo  “Alzamiento Nacional”) de corte franquista  que, preparado para ponerse  en marcha en la madrugada del 2 de mayo de  1981, hubiera podido conducir  al país a una nueva guerra civil. Y para  desmontar el cual,  saltándose  a la torera la Constitución y las  leyes, el rey de España no dudó  en dar el placet a sus generales  cortesanos (Armada y Milans) para que  planificaran y ejecutaran, en  estrecho contacto con los principales  partidos políticos del arco  parlamentario español, la chapucera maniobra   político-militar-institucional que inmediatamente sería conocida en   España y en todo el mundo como el “golpe involucionista del 23-F”.                         
                          Señor  presidente del Congreso de los Diputados: En poder ya del pueblo  soberano  mis últimas investigaciones sobre el 23-F y con ellas el  secreto mejor  guardado del Ejército español en relación con la trama  que lo hizo  posible y, por lo tanto, a disposición de las Cortes  españolas que  pueden conocer de primera mano como se fraguó uno de los  hechos más  controvertidos de la reciente historia de este país, y con  mi ofrecimiento  más leal para que tanto el Congreso de los Diputados  como el Senado  puedan recibir toda la información complementaria que  precisen sobre  tan importante asunto, me permito solicitar de VE lo  siguiente:     
                         Que   con arreglo a lo que contempla el artículo 76.1 de la Constitución   española, y puesto que ni puede ni debe ser asumido por el pueblo  español  y sus instituciones el lamentable hecho de que la jefatura del  Estado  esté ocupada por un presunto delincuente   culpable de delitos de golpismo y terrorismo de Estado, se constituya   con urgencia en la Cámara que VE preside una  Comisión de Investigación  que depure las responsabilidades del actual  rey de España, Juan Carlos  I; tanto en los hechos acaecidos en este  país en la tarde/noche del 23  de febrero  de 1981 (denominados indebidamente desde entonces por los  poderes públicos  como “intentona involucionista a cargo de militares y  guardias civiles  nostálgicos del anterior régimen”) como en los  ocurridos entre los  años 1983-1986 relacionados con la guerra sucia  contra ETA (28 asesinatos  y 1 secuestro) a cargo de mercenarios y  miembros de los CFSE y del Ejército.  Así como en aquellas otras  actividades presuntamente delictivas en  las que haya podido intervenir o  conocer el actual monarca español  y que se presentan, estudian y  valoran en los  periódicos informes que este historiador se ha permitido  enviar a las  Cortes españolas.  
                         Y   como incuestionable corolario, ante la gravedad de los delitos  presuntamente  cometidos por Juan Carlos de Borbón  tanto en el  desempeño de sus atribuciones constitucionales como en  aquellas otras  que manifiestamente no lo eran o atentaban contra ella,  se proceda por  el Congreso de los Diputados  (máxima representación del poder soberano  del pueblo español y  única institución nacional que pude hacerlo  constitucionalmente) a  iniciar los trámites oportunos y urgentes para  que las Cortes españolas,  de acuerdo a lo que recoge el artículo 59.2  de la Carta Magna, puedan  “reconocer la inhabilitación” del actual rey  de España, Juan Carlos  I, para seguir ostentando la jefatura del Estado  español a título  de rey. 
                         Sin   perjuicio de las responsabilidades de todo tipo (incluidas las  penales)  que en un Estado verdaderamente democrático y de derecho, en  el que  todos los ciudadanos son iguales ante la ley,  podrían serle  atribuidas en el futuro  al ciudadano Borbón y que, vuelvo a repetirle  una vez más, señor  presidente del Congreso, tienen que ver con  gravísimos, y de momento  presuntos, delitos de golpismo, terrorismo de  Estado, malversación  de fondos públicos, fratricidio premeditado,       corrupción… etc,  etc.     
                                           Y  por último, señor presidente del Congreso de los  Diputados, si la  Cámara que VE preside piensa seguir despreciando y  obviando mis  denuncias como ha venido haciendo estos últimos cinco  años o  hibernándolas a perpetuidad (para estudio y tramitación) en  la Comisión  de Peticiones de la misma, como ha hecho en los últimos  diez meses y  parece ser quiere seguir haciendo en el futuro, le ruego  me comunique  oficialmente ante que autoridad de este país, y en que  forma, debo  formularlas a partir de ahora. Porque, desde luego, el historiador   militar que suscribe no va a renunciar en absoluto a que el pueblo  español  sepa, clara y contundentemente, que clase de “salvador de la  democracia”  ocupa la jefatura del Estado y, además, está convencido de  que, aunque  la sacrosanta Constitución del 78 especifica con rotundidad  manifiesta  que este hombre (o dios), el rey, es inviolable e  irresponsable ante  la justicia de los hombres (esperemos que ante la  divina, no), algún  mecanismo debe existir en un Estado democrático y de  derecho como se  supone es el español de hoy, para poder sentarlo en el  banquillo si  se demuestra que ha cometido delitos execrables.
                          Mecanismos  democráticos, como los puestos en  marcha recientemente en un país  en vías de desarrollo y, en teoría,  menos respetuoso que España con  los parámetros propios de un Estado de  derecho como es Perú, en el  que se acaba de condenar nada menos que a  veinticinco años de prisión  al ex presidente Alberto Fujimori, por unos  delitos prácticamente iguales  a los presuntamente cometidos por el rey  Juan Carlos I en la década  de los ochenta del siglo pasado: golpismo y  terrorismo de Estado.
                          Porque,  de no ser así, señor presidente del Congreso de los Diputados,  si  el actual jefe del Estado español (a título de rey por deseo  testicular  del dictador Franco; asquerosa eyaculación política que, sin  embargo,  aceptó sin rechistar la aborregada y cobarde ciudadanía de la  época  con sus dirigentes políticos a la cabeza) está por encima de las  leyes  y de la justicia de los hombres, dígame en que se diferencia VE  de,  por ejemplo, el antiguo presidente de las Cortes franquistas y del  Consejo  del reino, el falangista Rodríguez de Valcárcel. Ante quien,  por cierto,  el 22 de noviembre de 1975 juró fidelidad a los principios  fundamentales  del Estado fascista salido de julio de 1936, el actual  rey de España,  Juan Carlos I, el último Borbón.     
                               Firmo el presente escrito en Alcalá de Henares a 16 de febrero de 2010SINDE DIMISION.


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